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Las adaptaciones curriculares como instrumentos eficaces para alumnos y docentes

Las adaptaciones curriculares son un instrumento del que podemos valernos para dar respuesta a las necesidades educativas de los niños o adolescentes, y por ello es evidente que sirven tanto a los alumnos como a los docentes. Cuando decimos que una adaptación proporciona respuesta a necesidades educativas, no nos podemos limitar exclusivamente a un solo niño con una necesidad educativa específica o personal, sino a todos los niños en general. La idea o el fin debe ser que todos los alumnos que lo precisen se beneficien con la instrumentación de una adaptación curricular cuando sea pensada “A PARTIR DE…” que no es lo mismo que “PARA…» un niño con nombre y apellidos o quizás con una de esas “etiquetas excluyentes” que están tan en boga.

El reiterar que las adaptaciones sirven a los docentes es por el hecho de que deben proveerlos inagotablemente de mecanismos eficaces para implementar una praxis educativa inclusiva, considerando que un instrumento no es un fin en sí mismo, sino una herramienta que sirve logicamente para producir trabajo, y por lo tanto, es esta herramienta la que se debe adaptar al compromiso de la tarea, a la responsabilidad didáctico pedagógica del docente y al resultado que se pretende conseguir.

Las adaptaciones curriculares son herramientas que buscan un resultado y por lo tanto deben ajustarse siempre al objetivo que persiguen. No son ni buenas ni malas en sí mismas, sino que habrá que valorarlas en función de los efectos que producen en el trabajo. Y como herramientas que son, no nos basta solo con tenerlas sino que hay que aprender a usarlas correctamente y utilizarlas de la forma más constructiva y eficaz posible.

Para formular una adaptación curricular, debemos tomar como referente constantemente el medio natural donde se encuentra inmerso el alumno, es decir son referidas a ese particular punto de articulación que se origina dentro del aula regular en el que convergen retroalimentándose mutuamente el alumno y su historia, el docente y su experiencia, el grupo de iguales, el curriculum, la institución escolar con sus normas, la legislación autonómica y estatal, las expectativas de los padres, etc., y que como son referidas a contextos tan particulares, no es posible pensar en adaptaciones “universales” para alumnos “sistémicos”. Y en este sentido, es consecuentemente indiscutible que debemos referirnos a ellas, partiendo de la situación personal del menor y de las aptitudes de su docente, pero también tomando como referente el medio particular de las peculiaridades de ese grupo-aula donde se encuentra inmerso el alumno en particular y la singular manera en la que el docente desarrolla su práctica y responsabilidad didáctico-pedagógica.

Por todo ello, la única probabilidad de transmitir algo acerca de lo que sería una intervención viable y eficaz en la Escuela desde el punto de vista psicopedagógico es a partir de la singularidad de una situación, pues un criterio fundamental es que las adaptaciones curriculares realizadas por un docente para un grupo en particular y en un momento concreto solo tienen validez para ese grupo y ese momento ya que es obvio que no se construyen de una vez y para siempre, sino que han de responder a una construcción del docente en relación con su praxis y a partir de interacciones con otros paraprofesionales del ambito de la salud y la educación.

En las adaptaciones curriculares lo realmente válido son los criterios que las sostienen y no tanto las adaptaciones en sí mismas, ya que ellas solo tienen rigor en relación al contexto porque los principios que las sustentan ordinariamente son demasiado generales y desatinados tanto en espacio como en tiempo.

Los tiempos y los momentos deben atender no sólo a las necesidades educativas de cada uno de los alumnos sino también a las posibilidades de los docentes a nivel formativo y aptitudinal. Digamos en el mejor sentido de la palabra, que cada adaptación curricular debemos plantearla como un “compromiso” de todos los agentes educativos y una “negociación” al menos entre las necesidades educativas del menor en el grupo aula, las características del docente, su formación, el curriculum y las expectativas de la familia; con el objeto de que definitivamente prescriba el temor de innumerables docentes, especialmente de Educación Secundaria, en cuanto a la incorrecta interpretación del concepto de “equidad imparcial” y pierdan su status de “adaptación” para poder integrarlas de forma natural en el quehacer diario del aula y transformarse en productivas para todos los alumnos o en su defecto para la mayoría. Sobre todo, si tenemos en cuenta que esta acción no impide que de ser necesario se puedan introducir modificaciones dirigidas a un alumno en particular, circunstancia que no limita de ningún modo al resto, si asumimos como referencia la evidencia que demuestra que siempre producen efectos positivos en el grupo-aula.

Asimismo, las adaptaciones curriculares deben permitir con relación a un alumno con necesidades educativas, que se prioricen las áreas de contenido en las que muestra mayor competencia. No se trata tanto de que la adaptación en sí misma determine un área, sino que la posibilite al tolerar una mayor plasticidad y dinamismo apoyándose en los puntos fuertes del menor para compensar sus dificultades.   Cuando el docente interviene de esta manera, ratificando al niño o adolescente en lugar de a su déficit o imposibilidad, siempre se abre una vía para la compensación de esa dificultad, al priorizar sus logros y prevalecer los contenidos actitudinales sobre otros aspectos más conceptuales o procedimentales.

La mejora de la calidad educativa no se logra sólo con indicar el punto de llegada sino a partir de la sensatez y la moderación que todos los “actores de la educación” necesitan para llegar a él.

Podríamos discutir acerca de cuál sería la “mejor forma de organización didáctica” pero lo “mejor de lo mejor”, lo que asegura realmente el éxito es garantizar algo tan sencillo como “elaborarlas en los márgenes de lo posible» para impedir que el resultado de una incorrecta articulación en la propuesta educativa tenga tanta incidencia como la condición personal de vulnerabilidad que pueda presentar un alumno.

 

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